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martes, 26 de junio de 2018

Una mirada hacia el suicidio desde el libro Historia de la locura

Por dianell

“La Historia de la locura” es un libro de Michel Foucault, donde el autor realiza una clasificación respecto a la actitud histórica que se ha tenido hacia la locura en tres períodos o épocas. Este autor es uno de los más influyentes en las ciencias sociales, que llega a las ciencias con una concepción muy diferente hasta lo que en el momento se venía estudiando sobre estructuras sociales y sobretodo muy relacionado con el tema del poder. La visión de este libro en particular mostró como la locura no es solamente un problema psicológico, sino que es también un estigma social marcada por relaciones de poder.

Para el análisis del libro el autor divide el entendimiento de la locura en etapas. La primera de ellas hace referencia al Renacimiento, donde en síntesis lo que interesaba era el alejamiento de la ciudad de los locos, excluirlos y sacarlos fuera de esta o fuera del país, el objetivo principal era mantenerlos alejados del espacio público, de las calles, como una manera de conservar la seguridad de todos las demás personas; considerados como elementos no gratos para la autoridad, incluso aquellas familias que contaban con dinero también los sacaban del hogar y los institucionalizaban fuera de la ciudad.

La segunda de estas épocas que enmarca Foucault es la época Clásica, distinguida por el encierro de los locos dentro de la ciudad, se crearon manicomios para encerrarlos pero no con el fin de atendérsele, sino como una forma de evitar su presencia y deambulismo por las calles, pero todo bajo el control del estado. En este período es asumido que el loco es un ser que no tiene control sobre sí mismo, lo ha perdido, se ha convertido en un ser ilógico, desafiante y hasta peligroso y, por tanto la locura es vista como algo indeseable y al loco como un animal, como un objeto que se hace necesario su encierro. Siendo el estado el que se ocupa, el que se hace cargo de su recogida para dicho encierro, resalta el autor que en las instituciones en que se iban a internar no existía distinción entre sexos, ni entre la edad, ni condiciones mentales o físicas en que se encontraban los que allí eran internados; incluso no se la era diferenciado con el delincuente, lo cual podría desatar en cuestiones de otra índole en esa convivencia, es decir en la violencia, por lo que el encierro en muchas ocasiones significaba una condena a muerte, ya sea por esta causa mencionada de violencia interna, por enfermedades o por inseguridad física, ya que las condiciones de este lugar eran infrahumanas.

El tercer período y último expuesto por el autor es el Moderno, donde el tratamiento hacia el loco se caracterizaba por un cambio positivo en cuanto a la actitud del médico hacia estas personas, aquí el loco iba a ser internado pero no simplemente para alejarlo del espacio público, sino se le iba a tratar de comprender, entender el porqué de su situación y, ofrecerle un tratamiento. En este período Foucault plantea que se atribuye como causante de la locura no solo una enfermedad heredada, sino es vista también como defectos morales; para lo cual como tratamiento se maltrataba, según Foucault, consecutivamente al paciente hasta que internalizara los patrones de juicio y castigo moral de su sociedad, hasta que concientizara la forma establecida según la cual debía comportarse. Para el autor esto no representa más que un acercamiento fundamentado en el control social, realizado violenta e inhumanamente que da cuenta de la forma en que todos debían comportarse en el plano social para que su comportamiento fuera considerado como normal. Plantea que este tratamiento brindado a los locos, desde su encierro, clasificación y analizándolo como si fuese un objeto, da muestra de lo que es la racionalidad moderna, no más que voluntad de dominio, dicho en sus propias palabras.

En lo que respecta al tema del suicidio en tal obra, poco se encontró en las palabras del autor en cuanto al tema, solo se puede derivar remitiéndose al tema de la locura, en relación con la muerte desde la perspectiva en que la aborda.

Ya está vacía la cabeza que se volverá calavera. En la locura se encuentra ya la muerte. Pero es también su presencia vencida, esquivada en estos ademanes de todos los días que, al anunciar que ya reina, indican que su presa será una triste conquista. Lo que la muerte desenmascara, no era sino máscara, y nada más; para descubrir el rictus del esqueleto ha bastado levantar algo que no era ni verdad ni belleza, sino solamente un rostro de yeso y oropel. Es la misma sonrisa la de la máscara vana y la del cadáver. Pero lo que hay en la risa del loco es que se ríe por adelantado de la risa de la muerte.

Para foucault esa locura no es más que expresión de la proximidad de la muerte en los seres que la poseen, ya que como el remite en sus escritos en esta época de la Modernidad, donde el centro de todo es ocupado por el fundamento de la razón y en la libertad, en realidad no existen tales porque entonces no es posible explicar los mecanismos de control ejercidos y que esta era moderna sea tan brutal como sus antecesoras. De ahí que cabe decir que las personas considerada como exponentes de la locura

Es un fenómeno importante la invención de un lugar de constreñimiento forzoso, donde la moral puede castigar cruelmente, merced a una atribución administrativa. Por primera vez, se instauran establecimientos de moralidad, donde se logara una asombrosa síntesis de obligación moral y ley civil. El orden de los estados no tolera ya el orden de los corazones. El internado será entonces la eliminación espontánea de los asociales…

Durante largo tiempo el suicidio se contó entre los crímenes y los sacrilegios; por ello el suicida fracasado debía ser condenado a muerte, quien ha puesto sus manos, con violencia sobre sí mismo, y ha tratado de matarse, no debe evitar la muerte violenta que ha querido darse

En los registros de las casas de internamiento encontramos a menudo la mención: “Ha querido deshacerse”, sin que se mencione el estado de enfermedad o de furor que la legislación siempre ha considerado como excusa. En sí misma la tentativa del suicidio indica un desorden del alma, que debe reducirse mediante la coacción. Ya no se condena a quienes han tratado de suicidarse; se les encierra, y se les impone un régimen que es, a la vez un castigo y un medio de prevenir toda nueva tentativa.

En la represión del pensamiento y el control de la expresión, el internamiento no solo es una variante cómoda de las condenaciones habituales. Tiene un sentido preciso, y debe desempeñar un papel bien particular; el de hacer volver a la verdad por las vías de la coacción moral. Y, por ello mismo, designa una experiencia del error que debe ser comprendida, antes que nada, como ética.

Los hombres de sinrazón son tipos que la sociedad reconoce y aisla: el depravado, el disipador, el homosexual, el mago, el suicida. La sinrazón empieza a medirse según cierto apartamiento de la norma social.

La locura según establece es percibida en la realidad social, vista por él como un hecho humano, una variedad dada en el campo de las especies sociales de forma espontánea.

Al parecer se han formado dos esferas, expresa Foucault, a través de las cuales se ha vivido la experiencia de la locura. Por un lado la sinrazón, alrededor de un sujeto de derecho, lo explica, como la situación en la cual se encuentra este sujeto, rodeado por el reconocimiento jurídico de la irresponsabilidad y de la incapacidad, tomándose como una limitación de la subjetividad, demostrando a que punto llegan los poderes del individuo y, determinando hasta que punto llega esa irresponsabilidad. Esta alineación designa la falta de libertad por parte del sujeto, en una dualidad de movimientos; primero el de la locura, natural y, el jurídico, que le hace caer bajo el poder de otro, en este caso representado ese otro por el curador. Y la otra esfera o modo no es más que un modo de la sinrazón que rodea al hombre social y que conllevan a la conciencia del escándalo y la práctica del internamiento, designando esta forma de alienación que el loco sea reconocido por su sociedad como extranjero dentro de su patria, no liberándolo de su responsabilidad, otorgándole una culpabilidad moral, siendo designado como el otro, como el excluido. La primera acerca al determinismo de la enfermedad y la otra toma cuerpo de una condenación por parte de la sociedad con un marcado carácter ético, moral.

El mundo exterior, con sus variaciones o sus excesos, en sus violencias o en sus artificios, fácilmente puede provocar la locura, y el aire si es demasiado cálido, demasiado frío o demasiado húmedo, el clima en ciertas condiciones…, los espectáculos de teatro, todo lo que hace trabajar la imaginación. En suma, casi nada escapa del círculo cada vez mayor de las causas lejanas; el mundo del alma, el del cuerpo, el de la naturaleza y el de la sociedad constituyen una inmensa reserva de causas, en que diríase que los autores del siglo XVIII gustan de abrevar continuamente, sin gran afán de observación ni de organización, tan sólo siguiendo sus preferencias teóricas o ciertas opciones morales. Unidad que la medicina de los humores concibe, sobre todo, como causalidad recíproca. "Las pasiones necesariamente causan ciertos movimientos en los humores; la cólera agita la bilis, la tristeza, la melancolía, y los movimientos de los humores a veces son tan violentos que trastornan toda la economía del cuerpo y llegan a causar la muerte. Es así como las historias y las narraciones tristes o capaces de conmover el corazón, un espectáculo horrible inesperado, la gran pena, la cólera, el terror y las otras pasiones que ocasionalmente causan una gran impresión, con frecuencia ocasionan los síntomas nerviosos más súbitos y más violentos." Pero es allí donde comienza la locura propiamente dicha ocurre que ese movimiento quede anulado inmediatamente por su propio exceso y provoque de golpe una inmovilidad que puede llegar hasta la muerte. Como si en la mecánica de la locura el reposo no fuera forzosamente un movimiento nulo, sino que pudiera ser también un movimiento de ruptura brutal consigo mismo, un movimiento que bajo el efecto de su propia violencia llegara de golpe a la contradicción y a la imposibilidad de proseguir. Ocurre que el movimiento, pasando del alma al cuerpo y del cuerpo al alma, se propague indefinidamente en una especie de espacio de la inquietud. Las agitaciones imperceptibles, provocadas a menudo por un mediocre choque exterior, se acumulan, se amplifican y terminan por estallar en convulsiones violentas.

El internamiento no puede tener otro fin que una corrección (es decir, la supresión de la diferencia, o la realización de esa nada que es la locura en la muerte); de allí esos deseos de muerte que se encuentran tan a menudo en los registros del internamiento bajo la pluma de los guardianes, y que no son para el internamiento signos de salvajismo, de inhumanidad o de perversión, sino enunciados estrictos de su sentido: una operación de aniquilamiento de la nada. El internamiento diseña, en la superficie de los fenómenos y en una síntesis moral apresurada, la estructura discreta y distinta de la locura.

El melancólico que moría realmente por no querer comer porque se creía muerto, la realización teatral de un festín de muertos lo incita a comer; esta alimentación lo restaura, "el consumir los guisos lo hace más apacible", y al desaparecer la perturbación orgánica, el delirio que era indisociablemente tanto su causa como su efecto, no dejará de desaparecer. Así la muerte real que iba a resultar de la muerte imaginaria es eliminada de la realidad, por la sola realización de la muerte irreal. El intercambio del no-ser consigo mismo se logra en este juego sabio: el no-ser del delirio se ha trasladado al ser de la enfermedad, y la ha suprimido, por el solo hecho de que ha sido expulsado del delirio por la representación dramática.

Pero cuanto más coaccionado se ve el hombre, más vagabundea su imaginación; cuanto más estrictas son las reglas a las que se somete su cuerpo, más desarreglados sus sueños y sus imágenes. Y ello hasta el punto en que la libertad vincula mejor la imaginación que las cadenas, puesto que confronta sin cesar la imaginación con lo real, y porque oculta en los gestos familiares los sueños más extraños. La imaginación vuelve en silencio al vagabundeo de la libertad.