Tan diversa como su paisaje es la cocina chilena
Chile es el país más angosto de América del Sur; acoge el desierto de Atacama, el más árido de la tierra, y su costa está cubierta por las aguas del océano Pacífico. Tan diversa como el paisaje es la cocina chilena, fruto de la mezcla de tradiciones gastronómicas, especialmente de los pueblos indígenas y de los conquistadores españoles.
La influencia de las culturas italiana, francesa y alemana también se deja sentir en esta exquisita gastronomía que se conoce con el nombre de “cocina criolla chilena”. Se conoce que los pueblos nativos perseguían una dieta nutritiva y variada sustentada en los productos de la tierra, como las papas, los porotos (frijoles), el choclo (maíz), la quinoa, el zapallo (calabaza), el ají o chile, la chirimoya o la frutilla chilena, entre otros más. Su huella es indudable en platos como las humitas, de origen amerindio o el sabroso pastel de choclo, con una deliciosa mezcla de sabores. Un sabor que se encuentra además en exquisitos guisos, como el charquicán, una especialidad mapuche y la carbonada, una sopa con trozos de verduras y carne.
De los españoles provienen cereales como el trigo y las carnes de chancho (cerdo), vacuno, pollo y oveja, presentes en variedades de recetas de la cocina popular chilena, poco dada a excederse en ingredientes o condimentos. Con ella se busca que los alimentos conserven el sabor natural, este es el planto ideal para celebrar una comida en familia o con amigos. El concepto de una mesa tradicional consiste en una cazuela de carne asada acompañada con sopa de ajiaco, ensaladas variadas y pan de marraqueta, el más consumido en el país. Pocas veces falta la salsa, un pebre de cilantro, ajo, cebolla y ají, que se puede utilizar como aperitivo.
La favorecida diversidad de especies marinas convierte a Chile en un lugar perfecto para degustar recetas de pescado, marisco y algas. El pescado al horno o frito y los caldillos son las elaboraciones más habituales. Pero si se viaja a la costa, no hay que dejar de probar el curanto, que se cuece con piedras calientes en un hoyo cavado en tierra. Lleva almejas, mejillones, costilla ahumada, muslos de pollo, choritos, cholgas y longaniza. Ni tampoco la paila marina, una sopa que se prepara con almejas, choritos, vino blanco, picorocos (percebes), navajuelas, machas y piures, entre otros productos.