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miércoles, 5 de septiembre de 2018

El pensamiento, hada madrina del hombre

Por Isabella

A todos nos ha ocurrido que tras largas semanas pensando en alguien y comentando el tiempo que hace que no se ven, aparece de repente en vuestro camino. Pedir intensamente un regalo y cuando por fin llega viene de todas partes terminando con una cantidad superior a la necesaria. Muy típico con los pares de medias en mí caso.

Al principio creía que era mera casualidad, pero luego comprendí que provenía de algo más, que podía o no estar relacionado con mí ser. Me imaginaba un ser súper dotado, con la capacidad de conjeturar lo que iba a suceder. Mi ego se hacía grande al igual que mis predicciones. Incluso en ocasiones me imaginaba que provenía de una vida pasada en la que dominaba los saberes.

Cuando comencé realmente a concientizar acerca de la vida y de la realidad existente, empezaban a surgir las dudas. Si soy tan adivina, por qué desconozco la proveniencia de dicha magia. Como a los veinte años recibí como regalo un libro que hablaba acerca de la Ley de la atracción. La cuál explicaba la capacidad que poseemos de atraer todo lo que somos capaces de anhelar, si lo hacíamos de la forma adecuada.

Muchas cosas me parecieron acertadas y por largo tiempo creí fielmente en ella. Pero había cosas que de antemano sabía que no sucederían. Las achacaba a que mis pensamientos en negativos la habían alejado de mí. Sin embargo, ya esa excusa no me convencía y fomenté otra teoría: cuando fijamos una idea en nuestra mente, todo lo que hacemos de alguna manera responde a ello directa o indirectamente. Somos capaces de calcular cada paso que damos para que nos lleve a nuestro objetivo final. Un campo de ajedrez en el que se mueven las fichas hasta dar el jaque mate.

Cada cosa que realizamos tiene un objetivo y este objetivo responde al propósito máximo. La ley de la atracción es solo una herramienta para enseñar al hombre a concentrar todas sus fuerzas en objetivos puntuales. Lo que ayuda a fraguar el propósito de existencia y hacernos consecuentes con la realidad. Seres con un tiempo limitado e inexacto que deben aprovechar al máximo lo que anhela, para al descansar en paz, haber cumplido antes nuestro propósito.